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QUIEN ESPERA NO DESESPERA

Esperar es importante pero saber esperar aún lo es más. Era una persona poco flexible con la puntualidad. Reconozco que mi educación privada en una escuela de esas de la Obra, hizo que me quedase de por vida la exigencia del cumplimiento de horarios. Para mí no acudir puntual a una cita me produce una sensación terrible, me siento muy mal. Por otro lado tener que esperarme me parece un gesto de mala educación por parte de la otra persona. La espera no es algo que me guste y la impaciencia que me genera no facilita el encuentro posterior. 

Siempre he operado bajo las premisas anteriores en cuanto a mis principios sobre la puntualidad. Cuando no lo he hecho, y eso que mi intuición ya me avisaba, he comprobado que al final esa espera tampoco fue satisfactoria. Cada vez que he estado tentado a marcharme, cuando el retraso ya ha sido considerable, y no lo he hecho, debo reconocer que la espera no ha valido la pena. Pero como ahora vivo esféricamente decidí hace un tiempo enfocar la espera sin tantas exigencias, siendo más tolerante. Por supuesto dentro de unos márgenes razonables.

Este nuevo enfoque me ha traído alguna que otra agradable sorpresa. La última más que agradable ha sido determinante  y al mismo tiempo maravillosa por sus consecuencias. Había quedado con una mujer que prometía, o eso le parecía a mis famosas intuiciones que pocas veces se equivocan. Tenía que acudir a una cita en una ciudad cerca de Barcelona. Atento a mis principios siempre acudo con un poco de antelación, por si hay algún imprevisto. De modo que para allí fui perfectamente uniformado para la ocasión, o sea, guapo, bueno en realidad muy guapo. En este caso llegué con diez minutos de anticipo. La ubicación pasada ya me pareció irregular, más que nada por el lugar, que no cuadraba para nada con mi perfil y creo que tampoco con el de ella. Decidí esperar a la hora en punto para ver si acudía puntual o había necesidad de contacto telefónico para certificar que el lugar era el correcto. Fueron diez minutos por dos, es decir, veinte minutos de espera, y al final decidí llamar. Resultado el lugar no era el indicado. El lugar era un parque muy grande y uno estaba en una punta y el otro en la otra. Cosas de las mujeres y sus líos con las ubicaciones. Coordinamos encontrarnos en un sitio fácil para los dos y para allá fuimos. Veinticinco minutos más tarde y allí no aparecía nadie. Otra vez llamada telefónica para averiguar qué estaba pasando. Resulta que no nos habíamos entendido del todo, otra vez cosas de mujeres. Total cuarenta y cinco minutos de espera para que se produzca el encuentro.

Yo creo que antes, en una situación como esta, seguramente me hubiera ido pensando que no tenía mucho sentido estar dando vueltas por un parque, además en una zona chunga. Pero el estar esférico y en un momento de tranquilidad me hace tener más paciencia. ¡Y menos mal!! Cuando la vi ya supe que era para mí. Conexión instantánea. La espera se borró de golpe y se me puso el modo sonrisa permanente que aún hoy no se me ha ido. La verdad es que lo que tenía que ser un paseo se convirtió en una caminata de cuatro horas que nos parecieron cuatro minutos. Y lo que tenía que ser un simple encuentro y bueno ya veremos, fue un que haces mañana y el siguiente y el siguiente y el siguiente … Intenso es poco. Un encuentro increíble, maravilloso, fantástico, … Podría seguir y seguir sin fin. Debo reconocer que he aprendido una lección muy importante. Hay que ser más tolerante. La puntualidad es aconsejable pero si te pasas de estricto, como a veces hacía yo, puede que te pierdas el encuentro de tu vida y esto pasa muy pocas veces. Si, las mujeres se ubican mal, pero tiene cien mil virtudes más que nosotros. Te aconsejo que tengas paciencia porque quizás tus próximos minutos de espera sean el principio de millones de horas de compañía junto a alguien muy especial.

Categorías:Relatos

Francesc