Procrastinar es una palabra extraña que cuesta pronunciar bien. ¿Qué significa? Posponer, postergar hasta mañana, aplazar una cosa sin haberlo decidido antes. Procrastinar nos hace sentir mal pero igualmente lo hacemos. Somos conscientes de que estamos evadiendo una tarea y que no hacerlo es una mala idea, pero igualmente lo hacemos aunque tengamos claro que tendrá consecuencias negativas para nosotros. Nos enganchamos a un círculo irracional de procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar estados de ánimo negativos en torno a una tarea. No se trata de un defecto de nuestro carácter, es más bien un problema de regulación de emociones y estados de ánimo negativos generados por ciertas tareas; aburrimiento, inseguridad, frustración, resentimiento… La procrastinación es un problema de gestión de emociones, no un problema de gestión de tiempo. Nuestra mente prioriza las necesidades del corto plazo en vez del largo plazo, estamos diseñados para enfocarnos en proveer para nosotros mismos el aquí y ahora, pero si tenemos sensaciones negativas en la tarea del momento la aplazamos.
Procrastinar genera culpabilidad, de eso no hay duda, pero también genera un alivio momentáneo. Es el momento en que decidimos posponer la tarea, aunque ese alivio convierta el hecho de procrastinar en un círculo vicioso de difícil resolución. A eso se le llama “secuestrar la amígdala”. Cuando tenemos que afrontar una tarea que nuestro cerebro detecta que nos produce ansiedad o inseguridad, la amígdala lo percibe como una amenaza. Aunque seamos conscientes de que posponer esto nos causará más problemas en el futuro, el cerebro prioriza antepone el bienestar del presente al del futuro.
Parece claro que procrastinar es un asunto de emociones, no de productividad.
La solución pasa por encontrar una recompensa que no nos haga evadir la tarea. Una recompensa que alivie los sentimientos desafiantes del presente sin causar daño a nuestro yo del futuro. Aquí van unas cuantas estrategias que pueden resultar útiles para no procrastinar o bien para hacerlo en menor medida:
Utiliza la regla de los dos minutos. Si tienes una tarea que puedes hacer en dos minutos, no planifiques nada, hazla. Luego puedes ampliar a 5 o 10 minutos. Si conviertes esto en un hábito te ayudará a no posponer cantidad de tareas.
Da un pequeño primer paso. Temes afrontar una tarea, pues dedica sólo 5 minutos a ella y déjalo. Generalmente cuando empiezas el miedo desaparece y te es más fácil seguir haciéndola.
Las rutinas ayudan. Si tareas que no te gustan las conviertes en repetitivas acabas haciéndolas sin apenas esfuerzo. La rutina se hace casi inconscientemente y simplifica tu vida.
Toma decisiones. A veces aplazas por simple pereza. Dedica dos minutos a aclarar que significa esa tarea y toma una decisión al respecto. Si aplazas será por motivos racionales.
Haz un seguimiento de tu tiempo. Si anotas las tareas de tu día a día y el tiempo invertido en ellas, creas un compromiso interno de responsabilidad.
Aprende a decir no. Muchas veces muchas tareas son compromisos adquiridos por no haber sabido decir no. Decir no te ahorra muchos problemas futuros.
No tengas miedo a abandonar. A veces no es el momento oportuno para hacer aquella tarea, esperar no significa siempre procrastinar.
Gestiona tu energía, no tu tiempo. Es vital que trabajes en tus mejores momentos, por lo tanto aprende a conocer cual es el momento perfecto, no siempre estamos en las mejores condiciones.
Utiliza la estrategia de Seinfeld. Si tienes que hacer una tarea con mucha frecuencia, coge un calendario y marca con una x cada día que lo haces. El objetivo será no romper la cadena de x en el calendario.
Divide el trabajo en tareas pequeñas y concretas. Si segmentas una tarea que para ti es complicada, facilitas su trabajo y tu resistencia inicial.
Proponte una recompensa al acabar la tarea. Ponte un incentivo que te motive para finalizar la tarea, que te relaje y te apetezca.
Haz que sea divertido. Modifica tu visión de la tarea a través de juegos, estrategia, recompensas, etc.
Hazlo público. Hacer pública cualquier cuestión te hace sentir más responsable y comprometido, por lo que te costará menos aplazar la tarea.
Utiliza las palabras adecuadas. Expresa las acciones de forma clara, concisa y motivadora. Las palabras son importantes al enfrentarte a una nueva tarea.
Utiliza una lista de tareas corta. Cuanta más corta sea ésta lista más fácil será su cumplimiento y mayor sensación de control.
Utiliza herramientas que te gusten. A veces cambiar herramientas facilita que tengas más ganas de hacer algo.
Revisa con frecuencia tus objetivos. Una tarea puede resultar complicada o aburrida pero si es importante para lograr un objetivo claro y definido puede ayudarte a realizarla.
Trabaja tus hábitos. Trabaja para conocerte a ti mismo, así también conocerás porque aplazas con tanta frecuencia.
Evita las distracciones. Cuantas más tentaciones menos ganas, por tanto céntrate en la tarea y deja fuera todo lo demás, aíslate lo que puedas y céntrate en la tarea.
Seguro que hay muchísimas más pero creo que con estas es más que suficiente. Al final lo realmente importante siempre es tu actitud. Si esta es positiva aunque tengas el impulso de procrastinar y te paras unos segundos, reflexionas y aplicas una o varias de estas estrategias, es posible que no lo llegues a hacer y entonces sí que tendrás una gran satisfacción. En mi caso he pasado épocas en las que procrastinar me resultaba cómodo, era consciente de que a posteriori me sentiría peor, pero en aquel momento escogía esta opción. Por fortuna hace tiempo que vengo utilizando varias de estas estrategias y realmente me han sido de utilidad. Cuando tengo el impulso de aplazar cualquier cosa, me paro, reflexiono y aplico alguna, y generalmente consigo hacer la tarea sin más problemas. Por tanto, ya sabes, si a veces procrastinas y tienes ganas de dejar de hacerlo, aplícate alguna de estas técnicas y ¡adelante!, estoy seguro de que podrás conseguirlo.
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